Siempre creí que las peores disputas eran las teológicas: si Adán y Eva habían tenído ombligo o no; si el lagarto es carne o pescado (cuestión de singular importancia para los ayunos) o la más tremendísima: la discusión sobre la posible ascensión o no del Santo Prepucio a los cielos. Pero no, la madre de todas las disputas ha revolucionado, durante dos días, la empresa donde trabaja mi hermana; de ahí saltó a nuestro entorno familiar y traspasó las barreras del propio colegio de su único hijo. De seguir así va a acabar convirtiéndose en cuestión de “la Alianza de Civilizaciones”….
¿Qué había sucedido?- Pues que la relación entre dos seres imperfectos no puede ser más que imperfecta (y desastrosa si nos esforzamos en entorpecerla). Y que mi sobrino Jaime, de trece años, no ha sido la excepción a esa regla y fue expulsado del colegio dos días, por burlarse de su tutor.
Como es madre trabajadora y previendo que en casa (televisión, Internet, Wii, etc…) lo pasaría genial, decidió castigarlo “aparcándolo”, dentro del coche, copiando temas de Lengua, vigilado desde las ventanas de su oficina y visitado cada dos horas (tiempo de cambiar el ticket de la hora).
Gestos de burla del perturb a través de la ventanilla y clara desaprobación general –“¡qué bruja, perdónale!”- no pudieron con la determinación de mi hermana. Pero el paso de las horas obró su efecto: Jaime, aburrido de toquetear los controles del coche empezó a hacer lo que se le había mandado: copiar temas, y los compañeros de mi hermana a mirarla bajo otra luz. El segundo día la actitud pendenciera de su perturb había desaparecido y de los “¡pobrecito!” iniciales se pasó al “qué buena idea, yo haré lo mismo si se da” del resto de empleados.
Los adolescentes necesitan estabilidad y apoyo; y padres sin complejos que los quieran y a los que no les tiemble el pulso al marcar normas definidas y límites.