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lunes, 7 de julio de 2008

Guardia perturbpretoriana



Llevar a los
perturbs a la Expo, más allá de la cosa turísticocultural, sirvió tan solo para aplazar lo inevitable:  la madre de todas “las grandes movidas”.  Tal y como nuestros hijos gemelos de 16 años me habían explicado el callejero de Madrid cambiaba de faz las noches del fin de semana y mutaba en cuartelillos enseñoreados por las tribus urbanas propias de cada zona.  Así que podría decirse que los pijos, skaters, indis, poqueros, sarperos, nazis, bacalas, etc... se repartían la ciudad poniendo sus respectivas capitanías generales en los bares y discotecas de moda.  Y que los encontronazos de distintas tribus adolescentes se sucedían en forma de pequeñas escaramuzas hasta que, finalmente, acordaban lugar y día (una calle transitada, donde la policía pudiera intervenir si la cosa se ponía fea) para la gran refriega.  


Aprovechando el bullicio de las calles, llenas de aficionados al futbol celebrando éxitos de la selección, se fueron congregando contendientes que se sumaban a la pandilla del Topo o a la que lideraba Nico con mis insensatos perturbs como guardia pretoriana.  Cuando los agentes municipales llegaron al lugar había medio centenar de escolares  pegándose -junto a otros tantos mirones-.

Varias dotaciones del Samur, una cabalgata de policías motorizados y procesión y media de padres urbanitas angustiados y furiosos fue la primera  imagen del holocausto adolescente.  Mi Santo fue el primero en verlos:  uno de los perturbs tirado boca abajo sobre un bordillo se retorcía presa de  convulsiones y el otro, con una venda ladeada en la cabeza, parecía asistirle.  Corrimos hacia allá tratando de mantener la calma.  “¡Cabrón!, deja de reírte o te... ho-ho-hola, mamá...  jefe, glups!...”, el perturb paró de golpear la espalda de su gemelo al tiempo que el otro se daba la vuelta sin poder contener las carcajadas.  “Le ha mordido una oreja”, pudimos entender, “la churri del Topo se le encaramó a la espalda cuando este ‘Gandhi’ trató de mediar y no había quien la desenganchara.  ¡Vencido por una pava!”


“Al coche”, rugió mi macho Alfa.  Ya dentro, prosiguió, “se necesita más coraje y liderazgo para oponerse a la violencia que para secundarla.  Pelearse con alguien porque es diferente es inaceptable.  Veo que necesitais ejercicio extra y que desconocéis que existe vida fuera de vuestro grupo.  Voy a apuntaros a la escuela de boxeo de mi amigo Jero”.

En la intimidad de nuestro cuarto le expresé mis dudas.  “Ese gimnasio es Babel”, me contestó, “integra a chicos de todas las razas.  El boxeo canaliza la agresividad y requiere mucha disciplina y fuerza de voluntad.   Enseña a sufrir, entrenando.  Aprenderán a respetar la diferencia, se cansarán mucho saltando a la comba y pensarán dos veces lo de pegarse”.




(Publicado en el MAGAZINE de EL MUNDO. 06/07/2008)

lunes, 7 de abril de 2008

El negociador

Pues… pasó lo que cualquier profeta de tercera habría augurado… los perturbs –que no habían abierto un libro en todo el trimestre- suspendieron; y a mi Santo y a mí no nos quedaba otra que aplicar la amenaza “el ciclomotor es un regalo que, como el reinado de Juan Carlos I, tendreis que ganaros día a día”.

Así que les dimos audiencia y se presentaron en nuestro cuarto con sus permisos de conducción y sus respectivas llaves. Mi Santo entonó el mantra monocorde de las recriminaciones mientras los perturbs, sentados y abatidos, se ensimismaban en la contemplación de su paraíso perdido: las llaves de sus motos, sobre la colcha de la cama.
Tomé la palabra y les recordé que un trato es algo que han de cumplir las partes y que los indeseables castigos estaban para imprimir un recordatorio.

-“Hasta las siguientes notas os quedáis sin motos”- Ultimó mi inocente Santo sin percatarse del brillo de decisión en la mirada del perturbnegociador.

Camino de su fusilamiento en la checa de Fomento, con una sublimidad que sólo los humoristas pueden permitirse, Pedro Muñoz Seca sentenció; “Me podéis quitar el reloj, la cartera, las llaves y hasta la vida; pero hay una cosa que no me vais a poder quitar nunca, hagáis lo que hagáis: el miedo que tengo”. Eso mismo pienso cuando me enfila mi perturbnegociador que, con un dominio envidiable de su encanto personal y una sonrisa que ya quisiera para sí un Bardem me encasqueta un “mamá, tenemos que hablar”.

Mientras su gemelo adolescente sufre la condición crónica y (lamento decir) casi incurable de enfurecerse diciendo: “mis padres no me entienden, hablamos idiomas diferentes y siempre terminamos peleando”; el perturbnegociador, sin perder el pulso, el humor ni el control nos gana siempre la mano. Por más que sepamos su táctica negociadora: fija metas específicas y pone alternativas creativas para obtenerlo, planteándolo sin agresividad; conoce lo que nosotros deseamos oír para disminuir nuestro pánico-paranoico (es decir: que fracasen, les violen, sean víctimas de violencia, de las drogas, del hombre del saco…); evita situaciones de demostración de poder/fuerza y terrenos sin mínimas condiciones de igualdad… argumenta de tal forma que acabamos negociando y cediendo.

-“Todos ganamos, ¿no lo veis?”- Dice dándole un codazo a su gemelo, tras conseguir que el castigo dure solo una semana.

-“Chata, este chico es… un peligro”- Protesta mi Santo mientras salen del cuarto.

-“Resulta monstruosa la forma que la gente va por ahí hoy en día criticándote a tus espaldas por cosas que son absoluta y completamente ciertas”- se le oye por el pasillo.
–Sí, pero… cita a Wilde. Va bien en literatura. –le contesto.


(Publicado en el MAGAZINE de EL MUNDO. 06/04/2008)