viernes, 5 de octubre de 2007

El mundo al revés

No hay que ser un lince para temer las balsas de aceite. Y, además, si ya hace un siglo lo hizo Wilde con las mujeres vestidas de malva… ¿cómo no voy a desconfiar cuando todo alrededor son “síes” y gestos amables en lugar de los portazos o los rugidos habituales? Los perturbs sacan a la perra sin protestar. –Malo. Se sientan y hacen los deberes.- Malo-malo. Y la línea telefónica de casa no comunica… -Peor.

MiSanto y yo estamos en vilo y no hay monedas de plata que paguen el chivatazo alarmado de un perturb ajeno: “Mírales los bolsillos a tus hijos, cuando lleguen. Son mis mejores amigos y están metiéndose en un lío”. –La llegada, el cacheo, sus miradas dilatadas y la china del tamaño de una ciruela en el último bolsillo… el sol fundiéndose, el océano en tsunamis y las certezas y seguridades conocidas por los suelos.
Del “no es mía, se la guardo a un amigo” pasamos a la historia del desastre no-anunciado: los amigos de la calle y su propuesta de sacarse un dinerete fácil vendiendo hachís en el colegio, la ilusión de ahorrar para una moto…

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿En qué hemos fallado? ¿Quién nos ha robado el mes de Abril o, lo que es lo mismo, el libro de instrucciones para la vida???

Como a tantos otros inocentes a los que el mundo se les cae encima en forma de Etna de evidencias, entramos en schock, luego en pánico y, por último y como un solo hombre, MiSanto y yo resolvimos agarrar la situación por sus partes blandas. Así que tras varias tandas de charlas, amenazas, admoniciones, profecías y súplicas conseguimos un acuerdo que nos comprometía a todos. Ellos ofrecían comportarse mejor y no meterse en líos y nosotros no machacarles y darles un (otro) voto de confianza. Lo pusimos por escrito, lo firmamos con toda gravedad y se clavó con chincheta y boato en el corcho del pasillo. Pero el contrato incluía una última cláusula: Se someterían a análisis de orina cada quince días. Y así hemos hecho. Pero hay algo gago-gago y puede tener razón el director del colegio cuando dice que esta medida que nos parece tan restrictiva y sine qua non hay punto de salida para su (de ellos) Nueva Vida; no sea la penitencia más humillante, sino una condecoración que les distingue en su panda.
Porque ahora, cuando les ofrecen pastillas o porros su “Que no puedo, tío, que a mí me controlan en casa”, despierta asombro admirativo y envidia. –¡Joé como se preocupan esos padres!- Dicen, flipados.
Y es que mis perturbs han alcanzado otro estatus y los controles quincenales les hacen brillar como si de un invisible y farmacológico aura se tratara.

Y como todo va sospechosamente bien… en cuanto se vayan al colegio me pongo a registrar sus cosas.

(Publicado en el Magazine de El MUNDO)

No hay comentarios: