No hay que ser un lince para temer las balsas de aceite. Y, además, si ya hace un siglo lo hizo Wilde con las mujeres vestidas de malva… ¿cómo no voy a desconfiar cuando todo alrededor son “síes” y gestos amables en lugar de los portazos o los rugidos habituales? Los perturbs sacan a la perra sin protestar. –Malo. Se sientan y hacen los deberes.- Malo-malo. Y la línea telefónica de casa no comunica… -Peor.
MiSanto y yo estamos en vilo y no hay monedas de plata que paguen el chivatazo alarmado de un perturb ajeno: “Mírales los bolsillos a tus hijos, cuando lleguen. Son mis mejores amigos y están metiéndose en un lío”. –La llegada, el cacheo, sus miradas dilatadas y la china del tamaño de una ciruela en el último bolsillo… el sol fundiéndose, el océano en tsunamis y las certezas y seguridades conocidas por los suelos.
Del “no es mía, se la guardo a un amigo” pasamos a la historia del desastre no-anunciado: los amigos de la calle y su propuesta de sacarse un dinerete fácil vendiendo hachís en el colegio, la ilusión de ahorrar para una moto…
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿En qué hemos fallado? ¿Quién nos ha robado el mes de Abril o, lo que es lo mismo, el libro de instrucciones para la vida???
Como a tantos otros inocentes a los que el mundo se les cae encima en forma de Etna de evidencias, entramos en schock, luego en pánico y, por último y como un solo hombre, MiSanto y yo resolvimos agarrar la situación por sus partes blandas. Así que tras varias tandas de charlas, amenazas, admoniciones, profecías y súplicas conseguimos un acuerdo que nos comprometía a todos. Ellos ofrecían comportarse mejor y no meterse en líos y nosotros no machacarles y darles un (otro) voto de confianza. Lo pusimos por escrito, lo firmamos con toda gravedad y se clavó con chincheta y boato en el corcho del pasillo. Pero el contrato incluía una última cláusula: Se someterían a análisis de orina cada quince días. Y así hemos hecho. Pero hay algo gago-gago y puede tener razón el director del colegio cuando dice que esta medida que nos parece tan restrictiva y sine qua non hay punto de salida para su (de ellos) Nueva Vida; no sea la penitencia más humillante, sino una condecoración que les distingue en su panda.
Porque ahora, cuando les ofrecen pastillas o porros su “Que no puedo, tío, que a mí me controlan en casa”, despierta asombro admirativo y envidia. –¡Joé como se preocupan esos padres!- Dicen, flipados.
Y es que mis perturbs han alcanzado otro estatus y los controles quincenales les hacen brillar como si de un invisible y farmacológico aura se tratara.
Y como todo va sospechosamente bien… en cuanto se vayan al colegio me pongo a registrar sus cosas.
(Publicado en el Magazine de El MUNDO)
viernes, 5 de octubre de 2007
El mundo al revés
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