domingo, 24 de febrero de 2008

Vivir sin miedo...

He reflexionado desde muy joven sobre la muerte como cualquier otra persona normal y siempre me he sentido un poco gilipollas y también bastante impotente. No me sirven los planes mesiánicos del cristianismo, ni la asunción fría de los materialistas o ateos. Tampoco los que hablan de energías y que lo reducen todo a 'buen rollo', a una especie de paz y armonía que nos atraviesa a todos y a todo, de forma que fluimos de ser en ser eternamente. Por ahora me quedo con que aparte de poseer una entidad física, carnal y limitada, también poseemos una entidad espiritual por la cual perpetramos las peores atrocidades como los mayores actos de valor o bondades. Contravenimos las reglas de la naturaleza, violamos el instinto de supervivencia y de perpetuación de la especie. Estamos capacitados para entender lo que significa la felicidad y también para sentirla. Tanto amamos, tanto sufrimos. Distinguimos el bien del mal y nos hablamos para estar más unidos o para engañarnos y conseguir algo a cambio...

Pero de poco sirve saber todo esto cuando no eres tú quien se siente desgarrado por una pérdida, sino tus hijos y ya no puedes preservarles de la cruda realidad.

Han pasado tres semanas desde que la madre de Vicente, el mejor amigo de Elnieto *, decidió saltar por la ventana del séptimo piso con su perro en brazos.
Vicente es el pequeño de tres hermanos y solo después de esta tragedia hemos sabido que estaba enferma, tenía depresión.
A la desolación por la pérdida de una persona querida sumamos lo inexplicable de la decisión de matarse. ¿Y cómo explicarlo a un niño de 13 años? -Los niños creen que la madre de Vicente no le quería y lo de llevarse al perro por delante es un argumento de peso para ellos.

Elnieto y Vicente han cerrado filas, y la vida seguirá. No he hecho otra cosa, estos días, que estar ahí y escucharles, encajar como madre-putching-ball que soy toda su ira y su desconcierto, animándoles, sin mentirles ni eludir sus preguntas, sin inventar ficciones paralelas con final feliz.

Solo si asumen la verdad, sin miedo, podrán superarlo todo.

….lo que no sé es cómo podré superar yo el llevarles, como me ha pedido Vicente, a poner flores a su madre…





(*)Es como llamamos mi Santo y yo a nuestro hijo pequeño e intempestivo de 13 años, fruto de la casualidad y los calores pasionales de un verano. Hijo, en cualquier caso, que nos ha pillado a traspié y agotados como padres, después de los gemelos.


(Publicado en el MAGAZINE de El Mundo 24/02/2008)

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