miércoles, 17 de octubre de 2007

Mis razones

No sé si empezar ésto que quiero decir con esa frase populo-mordaz que dice que el que nace pobre y feo tiene muchas posibilidades de que ambas cualidades se le acrecienten con los años, o...... con el proverbio chino sobre la Rueda de la Fortura:

"El abuelo labró una fortuna, el hijo se la gastó, el nieto volvió a intentarlo".

La cosa es que nací siendo muy rica. Insultantemente rica. Luego, en algún indeterminado momento, el abuelo se arruinó (está claro que su filosofía resumida en tres consignas muy claras: Los amigos están para tenerlos, los huesos para rompérselos y el dinero para gastárselo no era el curriculum ideal para los negocios. No. Y que lo perfecto para su patrimonio es que se hubiera limitado a ser rentista. También)
Sé que "ruína" no es igual para todo el mundo. Los millonarios se arruinan de aquella manera, los ricos de otra y los que están al ras tienen la suya propia, pero los efectos -lo niegue quien lo niegue- son los mismos.
Así que esa ruína afectó a mi familia. Pero en ningún momento de mi infancia sentí infelicidad, preocupación o necesidad de algo. No tengo ni un sólo recuerdo penoso... aunque sé que, como Guido, el protagonista de "La vida es bella", mis padres debieron aplicar el ingenio, el coraje y todo su optimismo y esfuerzo para evitárnoslo.

Mucho más tarde, años después, ya con Misanto a las espaldas... fumos muy-muy pobres. Angustiosamente pobres. Se dieron varias circunstancias a la vez, que unidas crearon una situación que parecía insalvable.

Hace unos días, durante la cena familiar en casa, uno de los perturbs (gemelo preadolescente) protestó diciendo: "ya nunca haces aquel postre tan rico que nos hacías de pequeños". Como me encanta cocinar y lo hago siempre que puedo, variado, distinto y en continuo aprendizaje, me sorprendió un poco su protesta.

-¿Cuál postre?
-Aquel, el de las rodajas de limón que untábamos en azucar.

Infancia.
Y feliz.
Y se me llenó el corazón de una alegría salvaje, tan profunda que no podría explicárosla. Porque durante aquellos meses tan terribles de auténtica necesidad... había inventado lo que dí en llamar "recetas para pobres"... y angustiada por la dieta de mis niños pequeños y los pocos productos de los que disponía, hacía de cada receta un cuento y un juego.
Rodajas de limón con un poco de azucar... y un cuento para que se rieran mientras se lo comían.

Hay tiempos difíciles, tiempos afortunados; épocas duras, etapas de bonanza. Y no pasa nada si no se pierde el impulso. Si no dejas de esforzarte. Si no pierdes la confianza.
Y a eso me agarro ahora, en medio de los tsunamis hormonales que sacuden mi casa.

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